Sentada en su escritorio pegado a una pared de vidrio, Elisa Abulafia sostenía una lapicera rosa que combinaba perfecto con el sweater que llevaba puesto. Nos saludamos y automáticamente me preguntó en qué podía ayudarme. Le comenté que venía a hacerle una entrevista, aquella que la semana anterior le había comentado. Me miró a través de sus anteojos y me respondió con una sonrisa contagiosa. “Dale, tomá asiento, no hay ningún problema”.

Arranqué haciendo la típica pregunta ¿Quién es Elisa? Suspiró, se sonrojó apenas y respondió “Soy yo”; y mientras soltaba una segunda carcajada agregó: “soy la secretaria de Macabi Noar desde hace 30 años, trabajo para la comunidad”. Me resultó inevitable ocultar mi cara de asombro al escuchar la cifra. Ella continuó “empecé en Noar Sioni en el año 1988. Era mi casa, era mi familia, sentía mucho cariño por todos y todo. Siempre fue lo que más quise y me gustaba. Me faltaba solamente tener la cama en la institución, o al menos eso me decían”.

Casada, con tres hijos y siete nietos, recuerda haber empezado a trabajar en Macabi Noar tras el cierre de Noar Sioni en el año 1999. Este es mi hogar y me apenaría mucho tener que irme algún día. Es mi segunda casa y la gente de acá es mi familia. Si tengo que irme, espero que por la puerta grande. Y seguiría viviendo, yo necesito más de la institución que ella de mí”.

¿Cómo ves el club? le pregunté. Abrió los ojos de golpe y dijo “ha progresado muchísimo; y estoy convencida de que cada día crece un poco más. Siento la vocación que tiene cada una de las comisiones directivas y de cada persona que trabaja en el club. Siempre en busca de lo mejor para los socios”.

Me resultaba increíble ver cómo hablaba conmigo pero al mismo tiempo no dejaba de estar atenta a la puerta, a si alguien necesitaba algo de ella. Mientras trataba de recordar alguna anécdota para contarme, Elisa añadió “¿Qué decirte? me emociona todo lo que se hace acá en comunidad, me gratifica, me llena el espíritu“. Hubo silencio por unos segundos. “Me encanta rikudim, no bailo pero me siento integrada, me gusta el baile, la conexión y alegría que transmiten, sus trajes hacen que me traslade directo al escenario.”

Jugando con la lapicera rosa en sus manos, nuestra gran y única secretaria hace una mueca expresando obviedad cuando le pregunto si le gustaría agradecerle a alguien. “Le agradecería a todos, a uno por uno, a cada integrante de la comisión directiva, a mis compañeras de trabajo. La Nora y la Dani (sic) son mí día a día. Pero sin duda, si tengo que agradecer a alguien es a Dios, por darme la oportunidad de pertenecer a esta institución, por hacerme sentir tan útil a esta edad y muy querida y cuidada por todos. Es un honor y me hace feliz”.

Con un indudable sentido de pertenencia y respeto por la institución, Elisa cierra nuestro encuentro diciendo “Lo más importante es que cada uno, cada personita que tenga metido en su corazón a la institución como parte de su hogar, la cuide y la respete. Así lo siento y sentiré siempre”.

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